lunes, 12 de octubre de 2015

La vergüenza o el pasatiempo


La conferencia política de la CUP dejó muy claro una cosa: sin ellos, aún siendo tan pocos, no hay salida humana al proceso independentista que vive Catalunya, porque lo mejor de este fervor es su humanidad y no sus banderas ni sus fiestas. Tramo por tramo en las grandes movilizaciones aparecían los refugiados de los mil tipos de desahucios que genera el Sistema. Un Sistema que, contra lo que pudiera parecer, exige ir por delante y sin pedir permiso por delante va con apoyos suficientes.

Cualquiera otra cosa que se quiera interpretar en las palabras de los hablantes, incluso en sus términos de viabilidad económica, política y social, estará marcado por una honda disminución de la memoria. Si aquellos que reclaman sus legítimas ansias de fundar un nuevo Estado sólo piensan en la creación de una “mini España” con sus derechas, sus izquierdas y sus pectorales, con sus ricos, sus pobres y sus marginados, con sus Bancos, sus grandes empresas y sus desechables asalariados, con sus pomposos festejos nacionales, su armada invencible y sus coqueteos con la gloria, y no les pasa por la cabeza que ya es hora de inaugurar, a pesar de los sacrificios, los abandonos y las turbulencias del pensamiento, la liberación de las clases populares, lo mejor que podrían hacer sería parar el reloj de su tiempo y mirar con los pueblos que devasta el Capitalismo cómo entenderse con estos de la CUP. Sólo con la comprensión de estos paisajes podremos quitarnos todos juntos las espinas del alma. Es una vieja entelequia querer salir de un Estado vergonzoso para construir otro de la misma calaña. Quitarle vergüenza a la independencia es crearnos una mística del pasatiempo continuo.

Es muy posible que a muchos les cueste la mayor risa de la vida creer que todavía pueden tener frente a ellos a alguien con ganas de ser hermano. Porque cuesta, cuesta muchísimo creerlo, pero si no creemos en ello como cree la mujer encinta en la feliz llegada de un hijo, nunca tendremos hermanos. Y no se trata de una vocación para ser héroes o mártires de una épica contra el Capitalismo, sino de la seria y responsable devolución al pueblo de toda la soberanía por la que trabaja para sostener la vida colectiva. No es una razón de ultra radicales de izquierda, es el salto desde el abismo en que unos pocos han concebido la existencia de la inmensa mayoría. No es una guerra entre comunistas y capitalistas en la que ambos podrían decirse “cállate, que tú también tienes tu historia”. Se trata de avanzar hacia nuevas imaginaciones en la infinita incertidumbre de las luchas por una mejor humanidad y donde si sucumbe la respiración de los anti-sistema, como buscan o tolerarían otros muchos, sólo nos quedará el olvido, la indiferencia o la resignación hacia el chantaje con que nos ahoga el Capitalismo.

Los de la CUP siguen buscándonos para que la Revolución que cantamos sea verdadera y funcione. Si también ellos se corrompen no culpemos a la Banca usurera, ni a las Transnacionales insaciables, ni a los políticos del fango. Seremos nosotros mismos, como míseros trabajadores de la sumisión al Sistema, quienes los ejecutaremos porque no fuimos capaces de verles la esperanza, lo imprescindible para ir por delante con vergüenza. No valen sólo las sonrisas, los emocionantes discursos, las olímpicas exhibiciones y el desafío a la ley. Si la fraternidad no se alimenta, la selva aumentará su divertido banquete con nosotros. Ahora empieza el tiempo real a ver quién vive: la vergüenza o el pasatiempo. Y lo más destacable: en cualquiera de las elecciones vamos a morir todos, pero elegimos cómo vivir.

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