domingo, 16 de agosto de 2015

Tres negras cimarronas con babas de quimbombó


La reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba es exactamente, como dicen en las dos orillas, un acontecimiento histórico e impostergable para los dos países. Para Estados Unidos representa romper su aislamiento en América Latina y para Cuba significa la posibilidad de imaginar, si es que la imaginación aún vale, su proyecto soberanista sin el acoso ni la rabia con que el gigante del Norte quiso enterrarlo. Es indudable que el conflicto aún no ha terminado, pero por ahora el pez grande no se ha comido al chiquito, al contrario, en este largo viaje ha llegado con mayor fuerza el zun zun que el águila. Sin aceptar condiciones previas Cuba ha firmado. En cambo Estados Unidos sí ha tenido que ceder en más de uno de su torpe destino manifiesto. Ahora se impone la necesaria convivencia civilizada entre dos almas completamente diferentes. Ya veremos hasta donde es posible el sereno avance del contrapunto en las ideas, las prioridades, los gozos y las sombras entre ambas rutas de vida.

A ningún cubano le es indiferente el izamiento de la bandera cubana en Washington y ahora la norteamericana en La Habana. Y no lo es porque ello enarbola la esperanza de abrir la vida que, por más heroica o turbulenta que se haya vivido, ya es hora de vivirla sin el asombro de un nuevo sacrificio o de un extraño golpe al levantarse en la mañana.

Para nadie es un secreto que estar a bien con los Estados Unidos es una oportunidad magnífica, aunque igualmente todos sabemos que ello es la pregunta del millón. Pero los cubanos, después de cambiar por compotas a los invasores de Playa Girón, de alertar al mundo por sus juegos nucleares y sobrevivir al Periodo Especial, parecemos hechos para desafiar todas las oportunidades y contestar a todas las preguntas. Por eso la apertura de la embajada norteamericana en La Habana nos convoca a todos como si se tratara de un muerto en plenos carnavales. Y es que después de tantos años y de tantas cosas necesitamos comprobar que cuando el muerto sienta la conga se vaya de rumba con nosotros. Si a la ocasión la pintan calva el cubano es un digno aficionado a no ser víctima de ninguna tragedia. Es una cuestión de seso popular. Necesitamos celebrar que va y es verdad, como dijo el míster, que somos vecinos y no enemigos ni rivales. ¿Por qué pensar que hay gato encerrado? Si cogimos al toro por los cuernos y lo trajimos hasta el malecón, ¿por qué no pensar que podemos llevarnos el gato al agua cuando del malecón al mar hay tan poco espacio? Y si tiene 7 vidas, oye tú, con este año nosotros ya vamos por 56 y todo indica que seguimos pa'lante sin mendigar ni la sagrada hostia.

Por mucha elegancia con que hable el míster de su interpretación de la historia, de la genuina democracia que más nos conviene, de los derechos humanos escogidos y del más allá al que no hay que temer, nosotros tenemos al feliciano de Bruno para que, entre col de torturas en Guantánamo y lechuga de política en Wall Street, le vire la tortilla y lo invite a mirar el espectacular paisaje del castillo de los tres reyes del Morro, el mar azul y la Habana Vieja de la mano de Eusebio Leal. Y por si las moscas, desde el Cristo de La Habana lo vigilan tres negras cimarronas con babas de quimbombó, para que no se equivoque y elija bailar al son de la brisa con mariposas y no me olvides. Y si se arma el jelengue, no pasa nada, la pregunta del millón ya tiene respuesta. Con una guaracha sublime la oportunidad está encaminada. Es de ampanga: ganamos esta partida y con aguacate y yuca ganaremos las que faltan.

Dicen los más sabios investigadores del pueblo que el cubano puede ser cualquier cosa menos pesado. Y eso es ley. Por ello a este momento nadie debe quitarle una sonrisa. Hemos entrado al preámbulo de una fiesta con siguaraya y esa no se pué tumbar. La sobriedad es nuestra. Entonces, silencio, para que se oiga bien claro el solavaya más grande a la falta de esperanzas que pueda trasmitir algún pesado.

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