domingo, 7 de julio de 2013

El alma desnuda de Malena (Crítica Teatral)




Como los fragmentos del juego de la rayuela va Malena tejiendo su fina telaraña teatral y vivencial para que dialoguemos con ella. Son muy pocos los llamados a este ritual con la imaginación y la belleza. Estamos en su Teatro-Casa-Art de la izquierda alta de l´Eixample de Barcelona, la ciudad capital de la Catalunya irredenta que pugna su sueño más ancestral. Posiblemente la actualidad de la nación catalana sea el momento más apropiado para conjurar los misterios del desarraigo. Y aquí esta escritora, directora y actriz cubana nos presenta su último acto de gracia: QUÉ IMPORTA SABER QUIÉN SOY.

El Arte suele estar muy interesado con su receptor, ya sea para interpelarlo o para trasladarlo a través de sus luces y sombras en el viaje conjunto que pactan. El Teatro va un poco más allá: intenta desgarrar las máscaras que llevamos durante el recorrido. La escritora ha concentrado una partitura con sus recuerdos, sus emociones, sus descubrimientos al llegar a tierra extraña y con esos retazos de vida donde el tiempo entrega sus huellas a cualquiera. Cuando se es artista, como Flaubert, se está marcado por toda experiencia humana aún sin pertenecerle. La directora ha visualizado el espacio y el ritmo para que el alma desnuda converse con sus fantasmas y los comparta con el público. La actriz, con la impaciencia del instante y el regocijo de mostrarse para crear en nosotros su espejo, nos anula cualquiera otra preocupación por otros mundos que no sea el que ella expresa. Su independencia apunta hacia lo absoluto del amor por su país, lejos de aquí, pero muy cerca, porque también en su Habana ha celebrado y piensa seguir celebrando esta representación de sus nervios vigorosos. Y nos hace sus cómplices. Somos los que tendremos que dar testimonio del Arte, del Teatro, de los pedazos agolpados de una vida que se afirma en el vacío sin hijos ni nietos, en la soledad que amenaza por doquier, en el silencio de la muerte y en el murmullo que la revivifica entre los espectadores.

El personaje se busca en sus padres, sobre todo en la madre, en los referentes de su generación, en el malecón de su ciudad tropical, en la metáfora de su cuerpo cruzado por todas las piedras lanzadas para cumplir el juego de la rayuela. ¿Llegará el paraíso o solamente seremos su confirmación en nuestras decisiones? El multidireccional movimiento del tiempo, cual mándala, parece dejarnos a todos varados en la partida. Así aparece el mítico libro con la Maga enfrentando el dolor con su ausente, siempre ausente, bebé Rocamadour, que es, a más del homenaje al novelista Julio Cortázar –mirada obligada de los artistas cubanos en los años 60-70-, una secuencia de la coherente búsqueda de teatralización por rupturas monologadas o dialogadas donde lo que más importa se refleja en las pérdidas, en los cálidos enredos del camino nuevo, en la prístina observación de saludarnos para desarrollar una relación con todas las posibilidades del amable entendimiento y mucho más en esa carga de nostalgia con el desgarramiento del exilio que se instala, lleno de mar en una pequeña palangana de agua, como una escoria desdibujando la historia y se impone la sana virtud de decidir ser feliz. 

Clasificado por la artista como un espectáculo performático podemos disfrutar la visión de las emociones de forma que nunca nos rompe el delicado hilo dramático y que, al mismo tiempo, nos enlaza –como un hecho que esta vez será concreto- con la gracia de la fotografía que no por repetida deja de sorprendernos, el tranquilo humor de la ironía que a todos nos pica con sus leves ilusiones, la limpia coreografía gestual que nos hace asomarnos a la memoria del asombro y con la suave improvisación que nos permite el diálogo, incluso ensayado como una escena que, aún cortándola, nos dice que es imposible aceptar el lazo del perdón mientras le temamos a la muerte. Con estos aspectos muy bien delineados y alguna que otra sonrisa para acentuar la cotidiana sensación de no perderse, la artista va uniendo los trozos de vida dispersos para cumplir el viaje donde el experimento textual, escénico e interpretativo discurre clásicamente. Inusual hallazgo artístico. Aunque no se afinque en la más sólida experiencia académica que la creadora ostenta, no hay en su acto ninguna tradición estética fija -a pesar de sus referencias chejovianas-, ni estamos frente al formalismo y al vacío comunicacional de algunas vanguardias. Con igual suerte tampoco nos encontramos con los excesos provocadores ad líbitum de un manido performance. El adjetivo clasificador del espectáculo puede verse como la serenidad de una interrelación sencilla y diáfana a la que hemos sido convocados y que alcanza la magnitud social que el mejor Teatro incita cuando la artista nos conduce a compartir quiénes somos en la terraza de su Teatro-Casa-Art. Lo que hemos presenciado, sentido y compartido, más allá de sus significados instantáneos, es el ejemplo vívido de los poderes del Arte, del Teatro y del esfuerzo creativo de Malena Espinosa en su irrenunciable vocación de ser lo que es aunque, como en la contranovela de Cortázar, parezca que no importa saberlo. (BCN, 5 de julio de 2013)

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