lunes, 26 de octubre de 2009

MILLONES, LA EXISTENCIA COMPARTIDA

A toda marcha en bicicleta, a través de unos luminosos campos amarillos, van, casi vuelan, dos niños, hasta que llegan a un terreno planificado para la construcción de casas, donde se encuentra el padre revisando los planes. Allí nuestros pequeños protagonistas se acuestan en el suelo y miran al cielo. Curioso contraste entre el aquí y el más allá. Ellos imaginan su nueva vivienda después de la muerte de su madre. Una espléndida visión acompañada de unos colores brillantes y una música contagiosa donde con una fantástica rapidez se alzan las paredes, se cubren los techos, se montan las habitaciones y el césped corre sobre la tierra. Ya se pueden mudar. Todo está lleno de vida, pero, ¿quién contará la historia que tendremos por delante? El guionista y el director de la película ya han elegido: contará el niño más pequeño, Damian, que con su corazón formado en el sentimiento de hacer el bien a los demás, súbitamente, después de hablar en su refugio de cartón con una “santa” que fuma, siente el estruendo de un maletín cargado de dinero que parece caerle del cielo. Enseguida comparte el suceso con su hermano mayor, que tiene otra imaginación, y comienzan las aventuras. Pero nuestro protagonista, por ejemplo, con su manera de ser, puede comenzar a hablarnos sobre unas cosas muy extrañas.

“No sé por qué la gente no dice que la casa es verde en vez de decir cuánto le costó. Es mucho mejor mirar la huerta y el jardín, aunque sólo sean una tomatera y un jazmín, que ocupan justamente el ángulo de visión donde puedo mirar, que estarse mirando la marca de las gafas que se usan. Si alguien me preguntara: “¿Qué dices?”, posiblemente podría decirle muchas más cosas.”

De eso trata la película MILLONES, de las tantas cosas que nos pasan, qué hacemos con ellas y de lo que piensan los demás sobre nosotros. Da igual que lo que nos pase sea real o no, casi es lo mismo. Y de la misma manera sucede si somos niños, jóvenes o mayores. Hasta la ocasión más sencilla nos pide un diálogo.

Hay personas que hablan mucho con todo y con todos; otras hablan poco: y hay quienes hablan con el espejo o no hablan con nada ni con nadie. Pero todos nos imaginamos cómo deben ser las cosas, y de acuerdo a eso intentamos que así sea la vida. También quisiéramos que quienes piensen lo contrario nos comprendan y hasta quizás se dejen convencer por nuestras razones. Ellos también piensan lo mismo. Es un cruce de caminos realmente extraordinario: ¿Cómo nos ponemos de acuerdo? Esa es la fuerza de la vida a la que todos, de muchas maneras diferentes, respondemos.

La regla es la misma para cualquiera, aunque algunos se la salten, o mejor dicho, aunque algunos crean que pueden saltársela. Mentira, más tarde o más temprano tienen que rebobinar el salto. Por ello para todo se necesita una mínima preparación. Si no la tenemos, preguntamos, averiguamos, porque hay momentos en que la respuesta debe ser inmediata. Entonces acudimos a lo que más tenemos a la mano, porque algo estamos obligados a decir y hacer. Siempre se tratará de que seamos coherentes con lo que somos. Pero por el camino vamos todos juntos. Por eso en algunas ocasiones somos nosotros los que preguntamos a otro: “¿Qué dices?”.

Y tratándose de dinero, que es el motor que mueve la acción de esta historia, la relación con los demás puede resultar sorprendente. Es que el dinero en nuestra sociedad ha llegado a marcar todas las relaciones. De ahí que tener en nuestro poder un maletín lleno de millones, que no son nuestros aparentemente, porque sí lo son realmente, ya que no hicimos nada para tenerlos y creemos, -cree Damian- que el buen Dios nos lo ha enviado, así de sencillo, aunque el padre diga que esa no es una especialidad de Dios, pero…, ahí están los millones y es preciso hacer algo con ellos: “ayudar a los pobres”. Pero, ¿quién es pobre y quién es rico? ¿Podría determinarlo el dinero?

Después de esas primeras preguntas vienen un montón. Éstas se convertirán en los problemas que debe abordar nuestro protagonista, incluyendo unos encuentros con los mismísimos “santos del cielo cristiano”, una conversación con su madre muerta y hasta la incógnita que le representa el personaje del ladrón.

Podemos estar ante una película muy sencilla o extremadamente complicada, depende de nosotros mismos. Miraremos a un personaje con determinadas características en una situación que atañe a muchos que lo rodean. Una película para disfrutar su ritmo armonioso y unas cuantas ideas muy actuales. Algunos pensarán que así no es la mentalidad de un niño. Otros creerán que ya casi nadie se plantea esos asuntos. La propia parábola bíblica de la multiplicación de los peces que el risueño San Pedro le cuenta a Damian puede asombrarnos: ¿Es posible que mediante el pequeño aporte de cada uno todos salgan enriquecidos? ¿Se habrá hecho el milagro? Todas las opiniones son válidas, pero indiscutiblemente, si nos ponemos a pensar en el verdadero valor de las cosas, tendremos que elegir dónde se encuentra aquella alegría de vivir que es el principio de cualquier existencia compartida.

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