miércoles, 20 de mayo de 2009

II- Civilización y Barbarie entre las olas del mar (Conferencia en la Universitat de Girona sobre la Agenda Latinoamericana)

II

No habrá humanidad mientras los cuatro puntos cardinales no alcancen la unidad que legitima su diversidad.

Desde su Pedagogía del oprimido, _porque de alguna manera todos tenemos esa condición_ en la espiritualidad y la práctica que nos dejó, Paulo Freire sigue insistiéndonos en la necesidad de instruirnos, de aprender todo lo que nos puede enseñar la obra humana, pues además de “la buena vida” que el conocimiento es capaz de completarnos, sólo él puede situarnos en las mejores oportunidades de saber cómo armarnos y amarnos para cambiar el mundo. Mientras las Universidades y los Centros Superiores de Estudio e Investigación no se pongan a las órdenes del mercado, es una emergencia mundial que las grandes mayorías accedan a ellos para encontrar las esencias de la Humanidad. Si sólo se quedan para unos pocos que aprenderán más a dominar a los pueblos y a encajarlos aún más en la enajenación en que los han situado, entonces sí es muy probable que nuestro hermoso planeta azul desaparezca por la barbarie de la civilización. Una Humanidad que no ha sabido reafirmarse en la belleza que le fue dada y en la que ha hecho.

Cuando José Martí, el más grande de los hombres de “Nuestra América”, escribió su texto del mismo nombre y nos dijo que “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana”, sólo nos estaba anunciando el gran tronco del saber que constituía el mundo injertado en unas tierras ya de vasta cultura. El sitio de la mezcla cósmica, como podría inferirse del discurso del gran mexicano José Vasconcelos, era el mismo que prendió en el venezolano Simón Bolívar cuando dijo sobre los pueblos nuevos, en su “Carta de Jamaica” de 1815, que éramos “un pequeño género humano”. El aprendizaje constante ha de ser el mayor signo de todo el que quiera acercarse a un continente tan castigado y sin embargo tan lúcido y estremecedor.

Dicen todas las historias, las leyendas, los pensamientos y todos los manuscritos, los libros y los comentarios que en cualquier parte hay hombres y mujeres refinados y vulgares, inteligentes y estúpidos, honestos y aprovechados, limpios y abusadores, los que hablan alto y los que hablan bajo, los que se ríen con suavidad y aquellos que lo hacen a carcajadas, los que razonan y los irracionales, los que construyen y los que destruyen, los buenos, los regulares y los malos. Y también como decía Brecht: “Hay los que luchan un día, y son buenos; hay los que luchan un año, y son mejores; y hay los que luchan toda la vida, y son los imprescindibles”. O igualmente cuando el alemán nos dijo: “Nosotros, que predicamos la amabilidad, no hemos sabido ser amables entre nosotros mismos”. El ser humano es el mismo de todas partes y la sencillísima compleja humanidad que lo hace único entre millones de unidades. Ambos tienen derecho de admisión. Mucho influirá el entorno, pero nunca determinará el grado de civilización o de barbarie. Ambos significados pueden estar en cualquier sitio, si no es que siempre están juntos, porque como dijera José Martí en “Nuestra América”: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

Los asuntos diversos que siempre estarán en uno u otro sitio nunca corresponderán a una conceptualización valorativa del grado del ser, ya que la gradación de las diferencias sólo indicará la amplitud de humanidad del propio ser humano y muchas veces, _hay que aceptarlo así_ las valoraciones más altas han conllevado mayores dosis de infelicidad. Entonces también tendríamos que aceptar que no se trata de una batalla entre civilizaciones, sino de un encuentro dentro de la misma civilización que nos separó de la barbarie en el largo desarrollo humano. De ahí que no sea nada de esto lo que diferencia al Mundo Rico del Mundo Pobre, a la ideología del capital con aquella que todavía no tiene nombre. El punto esencial nos lo señala el revolucionario cubano Julio Antonio Mella: “Entre el hombre y la naturaleza se interpone el capitalismo”. Si quitamos al intruso aparecerá la verdadera existencia humana. Y ello no indica que este sistema nos cayó por alguna maldición divina. Lo hicimos nosotros mismos. Es la mejor garantía y certeza de que igual a como lo asumimos, tenemos capacidad y juicio para desterrarlo.

La principal ideología del sistema que quiere perpetuar la existencia armónica entre dominadores y dominados, entre depredadores y conformistas, es la del capital y la que divulga su eterna vigencia. Por esta vía jamás habrá comprensión y entendimiento. Imposible tender puentes de acercamiento y mucho menos de unidad. Cuando el coto de la propiedad privada se ha vulnerado se ha llamado a Dios. Muchos seres humanos lo han asumido desde el comienzo de los tiempos. Los errores son interminables, pero ellos nunca han agotado la increíble paciencia humana. A lo divino siempre se ha impuesto lo terrenal. La historia nos demuestra continuamente los tropezones y las alzadas, el eterno paso, insistente y demoledor, de unas ansias indetenibles hacia la felicidad. El pensamiento capitalista destruye posibilidades, visiones y cualquier esperanza de feliz armonización en un universo ansioso de ello.

Si pueden realizarse los caminos de ida y vuelta entre una y otra parte del mundo, preconizados por el proyecto de la Agenda Latinoamericana, es precisamente por la lucha continua, constante, imprescindible, contra esa ideología. La toma del poder para erradicarla es el asunto donde más solemos enredarnos. No parece estar a la vista, de forma transparente, el surgimiento espontáneo de ese poder en manos imparciales, justas y naturales. Por ahora no se puede pensar en ello si no es desde las mismas estructuras del poder establecido y sin ningún miedo a contaminarnos. Ya lo estamos. A pesar de que los grandes cambios históricos se han sucedido a partir de la solidez paulatina de la fuerza contraria que controlaba el poder, también es notable la ayuda que le han significado las alianzas con alguno de los factores dominadores. Se hace evidente que esta última posibilidad es la que con mayor fuerza se impondrá en nuestra época.

El capitalismo ha logrado exprimir el sustancioso jugo de todas las contiendas anteriores, desarrollando al máximo las vías de dominación. Y hasta para él mismo parece funcionar la maquinaria de la perenne regeneración. Nada le es ajeno ni le asusta. Puede apropiarse de cualquier cosa. Pero si es verdad, como sentimos que es, que la idea del dominio de la naturaleza no tiene fundamento y que la que debe primar es la integración en ella tal como ella misma se desenvuelve, entonces sí estaremos descubriendo un inmenso camino de poder nuevo. Si el interés capitalista penetró en las conciencias del mundo feudal como algo inevitable, rigurosamente necesario para la supervivencia; ahora pueden ser, con toda la fuerza que les otorga la actualidad, los motivos ecológicos, solidarios, de armonía, de compartir, de acercamiento y de entendimiento, de unidad en la justicia y en la belleza de los principios humanos, los nuevos intereses que penetren en las conciencias del mundo capitalista.

Si esto es así, lo más natural sería que Europa y América Latina, iniciadoras de un nuevo mundo, se lo replantearan y lo recorrieran juntas. El interés social que nos anima habrá de penetrar en las conciencias de nuestras sociedades, horadar sus poderes arcaicos, impulsando el cambio determinante, estrictamente obligatorio para la continuidad de las especies. Cuando ello pueda ser sustentable, el Nuevo Mundo será posible.

Demás está decir la situación de pobreza bastante generalizada en que se encuentran amplias zonas al otro lado. En comparación con Europa, America Latina está necesitada de mejorar su estatus de vida, sin el absurdo calco de aquí, pero sí con algunas referencias necesarias de lo conseguido por acá. Para una colaboración en los aspectos que se estimen pertinentes, entre ambas partes, no se puede realizar el camino dando a los necesitados lo que sobra, lo prescindible, lo que no cambia en nada al que da y mucho menos al que recibe. Es preciso ofrecer aquello que puede cambiarlos a los dos. No se trata tampoco de disminuir ciertos paliativos que colaboran a la normalización progresiva entre las dos regiones, pero lo verdaderamente decisivo está en el despliegue de las armas que extiendan la actuación de la nueva conciencia. Esto es lo que intenta la Agenda Latinoamericana y su proyecto de ida y vuelta.

La ida a las Américas debe representar un desnudo de todos los prejuicios y los poderes con que se han llenado las naciones europeas. El asunto de las razas, pueblos y mentes superiores es una vulgar falacia y un arma muy eficiente que siempre ha usado el Poder establecido, en todas partes, para imponer sus intereses. Ahora, tal vez como un símbolo de la nueva actitud, el taparrabos será la prenda mejor llevada por los caminantes. En el diálogo franco y fraterno entre las propuestas de uno y otro lado se confeccionarán las nuevas vestiduras. Creerse hidalgo en busca de escudero sería la mayor falta a la historia. No por una situación de Primer Mundo o la de un país llamado desarrollado y la otra parte en todo lo contrario se tiene la razón determinante. Esta sólo aparecerá durante el encuentro. Y éste posee un pasado lleno de tantas raíces de separación, impuestas por la ideología dominante, que sólo podrá abrirse al futuro si se está plenamente dispuesto al descubrimiento de uno mismo, tanto aquí como allá.

En reciente entrevista al filósofo francés, Alain Badiou, nacido en Rabat en 1937, leemos: “Los occidentales satisfechos tienen cada vez más innombrables enemigos, porque son los adversarios de la Humanidad Genérica, ya que construyen murallas para distanciarse de los demás. Ellos estiman que les corresponde a ellos definir qué es el ser humano y qué es la civilización. Es una calamidad, porque nadie puede autotitularse como el gran poseedor de la verdad, ya que hay un solo mundo donde estamos todos. Su posición es un principio absurdo para sostener el funcionamiento de las metrópolis occidentales.” Con Badiou podemos interpretar que las verdades necesarias para la continuidad de la vida han de encontrar posibilidades de expresarse y comunicarse en todos los puntos de la tierra. La visión es, por tanto, amplísima y maravillosamente enriquecedora.

Resulta curioso que donde mejor se ve la línea del horizonte es en el mar. Hacia él, andando, se vislumbra la utopía. El gran asunto a resolver es que tal final siempre se muestra extático y lo que apreciamos en movimiento son las olas que incansablemente vienen hacia nosotros. Podría ser el mejor símbolo de que el horizonte, o la utopía, están chocando con insistencia en nuestros cuerpos asediados por tantas incertidumbres sobre un quehacer que no tenemos claro. Es evidente que tal acto comienza por nosotros mismos, donde el horizonte y la utopía pueden palparse, como las olas, si nos transformamos en caminos de lucha.

Sólo con el estudio, la reflexión y la profundidad del análisis aparecerá el accionar adecuado. Múltiples pueden ser las señales en el acerbo cultural, incluso muchas aún ni expuestas ni exploradas, pero ya tenemos unas cuantas. Podríamos afirmar que sobre el continente mestizo han caído todo tipo de diatribas para caracterizarlo y éstas permanecen en el imaginario de sus pueblos como un tratado que siempre habrá que tener en cuenta, como una existencia en perenne defensiva. Ya es tiempo de pasar a la ofensiva contra todos los aspectos en que se asienten tales ideas. Precisamente en nuestra actualidad se debate sobre el Plan Bolonia en las universidades. Fue allí, a principios del siglo XVI, donde se doctoró Juan Ginés de Sepúlveda, aquel que entre otras barbaridades expresó ésta: “Es lícito y justo que los mejores y que más sobresalen por naturaleza, costumbres y leyes imperen sobre sus inferiores. (…) con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre esos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, los crueles e inhumanos a los extremadamente mansos, los exageradamente intemperantes a los continentes y moderados, finalmente cuanto estoy por decir los monos a los hombres.” De aquí sólo debe quedarnos la lucha contra este Plan Universitario que lleva el nombre de la ciudad italiana donde Sepúlveda concibió las tesis doctorales de su barbarie.

El pensamiento latinoamericano ha encontrado una gran riqueza para la investigación en la pieza teatral “La Tempestad” de William Shakespeare. Uno de los libros fundamentales para acercarnos a esta gran aventura es “Caliban” del cubano Roberto Fernández Retamar. Además del agudo criterio, que él mismo ha ido ampliando y que aquí se citará con toda la extensión que merece, también nos posibilita el acercarnos a otros libros e investigadores que han tratado al personaje como una marca sobre la identidad latinoamericana. La primera huella que este erudito observa con vehemencia está en la misma palabra con que sostiene que América Latina se presenta al mundo europeo: Caliban, el esclavo salvaje y deforme de la última obra del poeta inglés, anagrama que éste realizó con el término caníbal, procedente del autóctono americano caribe y que tomó de otros cronistas.

En la obra de Shakespeare el milanés Próspero, en compañía de su hija Miranda, le robará su isla, muy cerca de las Bermudas, al nativo Caliban, lo esclavizará y le enseñará su idioma. Allí mismo tomará a Ariel para ponerlo también a su servicio. Dos esclavos. En una escena es referido cómo Caliban, con el propósito de llenar el lugar de descendientes, intentó violar a Miranda, por lo que Próspero lo condenó a vivir en una roca desierta. Se produce entonces, por parte del esclavo, una de las imprecaciones más rotundas del dominado al dominador: “Me enseñaste a hablar, y el provecho que me ha reportado es saber cómo maldecir. ¡Que caiga sobre ti la roja peste por haberme inculcado vuestro lenguaje!” (Acto I, escena 2).

Siempre rebelde, Caliban agrede para refugiarse luego en una súplica astuta ante un amo más fuerte que su Dios Setebos. Ariel, concebido como un ingenio artístico, pide insistentemente su libertad al poderoso Próspero, pero su delicadeza no le permite ir más allá de su paciente esperanza y continua realizando las acciones solicitadas por su dueño. Los dos esclavos, en su convivencia con el ocupante extranjero, aún situados en polos opuestos de resistencia, constituyen la dualidad de una historia al parecer interminable: las dos variantes de situación con respecto al poder. Aunque es en la rebeldía contra el señor donde se sigue viendo el mayor símbolo de destrucción para la consagrada humanidad occidental. Y podría parecer que los términos son otros, pero no nos engañemos, siguen siendo los mismos: la barbarie amenaza a la civilización. Así lo entiende muy recientemente un premiado historiador español en artículo publicado en el diario ABC el pasado 12 de abril: “No hay nada más repetido a lo largo de los siglos que el lamento pronunciado por Próspero: -No he acertado a ver la vil conspiración del bruto Caliban contra la vida-”. Una idea que refleja, sin el menor recato, que sólo con la obediencia del oprimido es posible la construcción de un mundo en paz y sin ningún miedo. Por supuesto, entendiéndose que quienes construyen para la vida están constantemente amenazados por la “brutalidad” de aquellos que han esclavizado y a los que no se debe descuidar ni un segundo mientras trabajan. Encima de que han sido casi anulados, estos “brutos” deben cargar con la culpa de todo lo que les salga mal a “los inteligentes”. Es la tragedia de la aceptación de la indignidad natural en la especie humana.

Numerosas investigaciones del ensayista caribeño lo llevan a recorrer históricamente el símbolo shakespeareano desde principios del siglo XVII hasta hoy, en que continúa surgiendo la pregunta sobre la existencia de los latinoamericanos. Y no duda en recurrir a Bolívar, en su mensaje al Congreso de Angostura de 1819, como síntesis de su planteamiento: “Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte; que más bien somos un compuesto de África y América que una emancipación de Europa, pues hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y este se ha mezclado con el indio y con el europeo.”

Entre la argucia del esclavo y la proclama del Libertador se realiza, como podría decir Paulo Freire, la tortuosa defensa del oprimido. Este usará el lenguaje y los instrumentos con que lo dominaron para combatir la dominación. Creará, a partir de todo lo que pudo significar su exterminio, no una infructuosa venganza ni una ocultación victimista, sino una obra nueva para colocarse en la vida. De esta manera, la historia entre el colonizador y el colonizado comenzará a ser la eterna dualidad entre el uno y el otro que, lejos de la desunión impensable, nos enfrentará a la invariable fuente de la existencia en su decursar hasta nuestros días. Ariel será el punto intermedio entre los dos extremos.

En su “Diario de Navegación”, Colón había apuntado que “había gente que tenía un ojo en la frente y tenían hocicos de perros, porque se dice que comían hombres”, así como otros eran “pacíficos y mansos”. De esta última visión surge “Utopía”, de Tomás Moro, en 1516, que Francisco de Quevedo interpreta como “no hay tal lugar”, llevando a Fernández Retamar a ironizarlo como que entonces “no hay tal hombre”, por lo que la situación del salvaje nos es más cercana. En definitiva resulta la más coherente con la degradación que para todo un continente y lo que en él se ha desarrollado se plantea desde los centros colonizadores. Sin ningún atisbo de preocupación Retamar habla como Caliban, pero ya más libre que el mismísimo Ariel y totalmente convencido de su buena obra:

“No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad. De Tupac Amaru, Tiradentes, Toussaint L´Ouverture, Simón Bolívar, José de San Martín, Miguel Hidalgo, José Artigas, Bernardo O´Higgins, Juana de Azurduy, Benito Juárez, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Eloy Alfaro, José Martí, Emiliano Zapata, Amy y Marcus Garvey, Augusto César Sandino, Julio Antonio Mella, Pedro Albizu Campos, Lázaro Cárdenas, Fidel Castro, Haydee Santamaría, Ernesto Che Guevara, Carlos Fonseca, Rigoberta Menchú, El Inca Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, el Aleijadinho, Simón Rodríguez, Félix Varela, Francisco Bilbao, José Hernández, Eugenio María de Hostos, Manuel González Prada, Rubén Darío, Baldomero Lillo, Horacio Quiroga, La Música Popular Caribeña, el Muralismo Mexicano, Manuel Ugarte, Joaquín García Monge, Heitor Villa-Lobos, Gabriela Mistral, Oswald y Mario de Andrade, Tarsila do Amaral, César Vallejo, Cándido Portinari, Frida Kahlo, José Carlos Mariátegui, Manuel Álvarez Bravo, Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Gardel, Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, El Indio Fernández, Oscar Niemeyer, Alejo Carpentier, Luís Cardoza y Aragón, Edna Manley, Pablo Neruda, Joao Guimaraes Rosa, Jacques Roumain, Wifredo Lam, José Lezama Lima, C.L.R. James, Aimé Césaire, Juan Rulfo, Roberto Matta, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Violeta Parra, Darcy Ribeiro, Rosario Castellanos, Aquiles Nazoa, Frantz Fanon, Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez, Tomás Gutiérrez Alea, Rodolfo Walsh, George Lamming, Kamau Brathwaite, Roque Dalton, Guillermo Bonfil, Glauber Rocha o Leo Brouwer, ¿qué es nuestra historia, qué es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Caliban?”

La lista sería más larga, porque habría que agregar muchos más hermanos que le faltaron de su tronco escogido y aún aquellos del árbol de Ariel como los de Miranda. Todos son de la isla que Próspero se robó. Todos se mezclan por la fuerza de los vientos huracanados, el retumbar de los volcanes o el acoso telúrico de una historia que todavía no ha alcanzado la dirección del viaje, casi como el esencial Ulises de James Joyce. América Latina ya no podrá escapar jamás de ese encuentro de mundos tan dispares que en ella han engendrado a tantos calibanes, arieles, mirandos y otros más. Todos forman la sustancia laberíntica de esos caracteres con que Retamar se identifica y que unen, en singular crisol de acciones contrastadas, la transparencia y firmeza de un Eduardo Galeano junto a los desafiantes pasos de un Gaspar Rodríguez de Francia, un Domingo Faustino Sarmiento, un Mario Vargas Llosa y hasta ese “Manual del perfecto idiota latinoamericano… y español”. De alguna manera, como introducción y transferencias mágicas del colonizador Próspero, contaminado de nuevas esencias por su contacto con la isla, podríamos advertirlo en la teoría “De lo Real Maravilloso” del escritor cubano Alejo Carpentier. No puede verse de otra forma el cosmos inconmensurable, todavía no descifrado totalmente, que impera en sus novelas “El reino de este mundo” o en “los pasos perdidos”, así como en “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, en el “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, en los “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez y en tantas obras más de esas inagotables minas que significan los encuentros culturales efectuados en América Latina. Pero esto amerita otra investigación.

Algunos elementos del contraste entre los dos mundos ya son fácilmente verificables. Si revisamos el prólogo que escribe Luís Astrana Marín a su traducción de la obra de Shakespeare podemos ver, mediante la comparación de los textos, cómo el dramaturgo inglés copia fragmentos de los Ensayos de Montaigne sobre el Mundo recién visto, que fueron traducidos al inglés en 1603 y que tuvieron una gran resonancia en Europa. El poeta de Stratford, en boca de otro personaje, repite al ensayista francés, se identifica con él cuando dice: “nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones. Lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres.” La Tempestad es una obra de final de una vida, cuando ya el genio poseía una mayor hondura filosófica y un realismo bien afincado en su escritura. En ella puede visualizarse la medida de hasta dónde el nombre asignado a un personaje, “Próspero”, trascenderá su época. En 1950, en París, el símbolo shakespeareano dará pié a la concepción del “Complejo de Próspero”. Una teoría psicoanalítica del francés Octave Mannoni, planteada en su “Psicología de la Colonización” a partir de sus vivencias en la isla de Madagascar. Y así vierte la definición: “es el conjunto de disposiciones neuróticas inconcientes que diseñan a la vez la figura del paternalismo colonial y el retrato del racista cuya hija ha sido objeto de una tentativa de violación por parte de un ser inferior”. Con esto se le achaca a Caliban la culpabilidad de su condición colonial, algo que más tarde será fuertemente rechazada por Frantz Fanon en su libro “Piel negra, máscaras blancas”, de 1952. El notable autor de “Los condenados de la Tierra” sabe que, sobredimensionadas la debilidad y la humillación del colonizado, el capitalismo haría de éste el mayor lastre de la historia, precisamente porque tiene que divulgar la teoría de que el conquistado necesita del conquistador. Le es apremiante reducirlo al salvajismo que justifique cualquier acción contra él. No es casual que algunas misiones de evangelización católica durante la colonización americana trataran de convencer a los negros esclavos de la suerte que habían tenido con la esclavitud, ya que mediante ella conocerían al Dios verdadero. Pensar que los negros esclavos llegaron a creer alguna vez ese discurso sería una blasfemia contra la misma inteligencia del conquistador. Igual podría decirse sobre la estupidez del conquistado en cuanto a su libre elección para sobrevivir. Ambos están enredados en la misma trama que los fundió como fundadores de un Nuevo Mundo que aún no se ha descubierto y del cual sólo tenemos algunas noticias para indagarlo.

Shakespeare funda su metáfora-concepto de La Tempestad a partir de las dos visiones dadas por Colón, pero, como todos los grandes, no se pierde en la tormenta que él mismo ha desatado, reflejando el propio desorden social que vive y para el que en boca de Próspero, finalizando la obra, y después de conseguir todos sus objetivos, intenta una esperanza. El personaje se dirige a Ariel y le dice: “¡Inmediatamente recobra en los elementos tu libertad y adiós!”. Como si fuera este genio del aire, por su firme colaboración con el poder, quien únicamente podrá acceder a la libertad. De Caliban no sabremos más, o sólo unas palabras de arrepentimiento por su desorden muy parecidas a su astucia para sobrevivir. Su desgarramiento apuntará al futuro. No podía ser de otra forma. Aún cuando los reinos ibéricos poseían las mejores condiciones, según algunos historiadores, dentro del régimen feudal europeo, para lograr su proceso de conquista o reconquista peninsular frente al Islam y dominar la conquista y colonización de América, su entrañable decadencia imperial no le permitía sostener la organización y extensión al Nuevo Mundo de la conocida Comuna Castellana, aunque su implantación allá, igual que aquí, tampoco hubiera podido superar las limitaciones de la época. Shakespeare refleja la arrogancia del bienvenido mundo burgués que, prendiendo su gran llama en Inglaterra, hubo de servirse de las riquezas amasadas por España en América. El imperio de los Reyes Católicos, después de llevar su estandarte más allá del mundo conocido y crear el Derecho de Indias, que según el eminente historiador cubano Manuel Moreno Fraginals es “el cuerpo jurídico más importante creado por la cultura occidental después del derecho romano”, le fue imposible liberarse del gran regalo que le significó América. Poco a poco el resto de los países europeos se encargaron de realizar su empresa capitalista. Y para ello necesitaban del mito del salvaje americano por encima de cualquiera otra estimación, y lo necesitaban para América y para el resto del mundo, incluyendo hasta a la misma España, con los que habría de forjarse la acumulación originaria del capital. Así se estaba imponiendo el establecimiento mundial del sistema.

El gran pensador uruguayo José Enrique Rodó escribió “Ariel” en 1900, constituyendo una de las obras de mayor influencia en la educación latinoamericana. Gran parte de los mejores luchadores del continente bebieron en esas letras. Para Fernández Retamar “nuestro símbolo no es Ariel, como pensó Rodó, sino Caliban”. Y es cierto que es de este último de donde procede la más dura realidad continental. Y también fue este el que más atrajo a numerosos estudiosos, de buenas y malas intenciones, desde Shakespeare hasta nuestros días, y que con tesonera investigación ha rastreado el eminente ensayista cubano. Para Retamar “Rodó equivocó los símbolos, aún cuando supo señalar con claridad al enemigo mayor” que significaba la América del Norte. Pero, ¿acaso tanto Caliban como Ariel no son los seres que, aún procedentes de otros confines, se hicieron originarios de la isla conquistada por Próspero? Las investigaciones en el imaginario latinoamericano y su proyección mundial sólo acaban de empezar. Los estudios del sabio cubano nos serán una de las guías más recurrentes, pero no tenemos por qué poner un punto final que ni al mismo investigador encantaría.

El mismo escritor nos recuerda que en 1878 el humanista francés Ernest Renan escribe su drama “Caliban”, una continuidad de “La Tempestad”, donde identifica al personaje con el pueblo que él subestima. Siguiendo la huella del francés, Retamar nos dice que en 1881 rectifica algunas ideas para considerar a este personaje como alguien que “nos puede prestar mejores servicios”.

Volviendo al siglo XX leemos que en 1950 el antillano Aimé Césaire, que también había escrito “Una tempestad”, publica “Discursos sobre el Colonialismo”, donde, además de ir contra la visión del “complejo” creado por Mannoni, regresa al pasado para extraer las raíces que, como una generalidad del pensamiento despreciativo del colonizador hacia todo el mundo por conquistar, se encuentran en estas palabras de Renan: “La naturaleza ha hecho una raza de obreros, es la raza china, de una destreza de mano maravillosa, sin casi ningún sentimiento de honor; gobiérnesela con justicia, extrayendo de ella, por el beneficio de un gobierno así, abundantes bienes, y ella estará satisfecha; una raza de trabajadores de la tierra es el negro; una raza de amos y de soldados, es la raza europea. Que cada uno haga aquello para lo que está preparado, y todo irá bien”.

Se podría pensar que las distintas regiones colonizadas han venido a la vida sin la menor dignidad, pero nuevamente estaríamos hablando de un pecado original que muy bien podría pertenecer a toda la especie. Como ya ha sido desterrado, no deberíamos tenerlo en cuenta, pero sería un error. Y hay que subsanarlo cada vez que se presente, porque seguirá presentándose, aquí y allá. América Latina _ y todo el llamado Mundo Pobre_, fue marcada y ella misma se ha encargado de enorgullecerse de esta marca, limpiándola con la sangre numerosa de sus tantas revoluciones y embelleciéndola con sus portentosas singularidades. Europa, también marcada por sus actos allende los mares, todavía no tiene asimilada la influencia de su marca. El tal Complejo de Próspero afecta al colonizado y al colonizador. Cualquier discusión sobre civilización y barbarie debe situarse en esa premisa de dependencia mutua que puede existir en cualquier sociedad. Se ha de tener en cuenta, pero no para diferenciarnos en superiores e inferiores, sino para encontrarnos y entendernos en el largo camino de la historia que nos ha tocado recorrer juntos.

En “Autores americanos aborígenes”, de 1884, escribía José Martí: “Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breñas del Cerro del Calvario, pecho a pecho con los gonzalos de férrea armadura, los desnudos y heroicos caracas.” Podría pensarse como algo exagerado este pensamiento, pero si lo tomamos en términos de elección identataria, o como sencillamente todo lo que un ser humano puede acumular en su más plena libertad, tendríamos que reconocerle la más completa legitimidad. Nadie es en tanto a origen, porque todos somos una mezcla de eso y de lo mucho más que cada cual se labra en absoluta fidelidad a su naturaleza y a la obra de amor que siempre llevamos dentro para ser y hacer.

La América mestiza, más allá de sus marcas de conquista, colonización y neocolonización, e incluso de los serviles representantes de mentalidad diferente _porque tenía que tenerlos_, no habrá de significar nunca nada extraño para nadie, salvo esa desbordante imaginación que la caracteriza por la desmesura de su búsqueda de arraigo en cualquier sitio del mundo. Porque es que todo el mundo, y acabemos de creerlo, ha ido a ella y en ella ha encontrado casa propia.

La ideología más reaccionaria ha llegado a popularizar la idea del menosprecio, ya no sólo al latinoamericano, sino también a todo lo latino, lo hispano, tratándolos como provenientes de una encrucijada cultural inferior, malsana y con pocas probabilidades de situarse junto al esplendor anglosajón. ¿Qué se podría argumentar desde aquí a semejante delirio? Seguramente también por estas tierras encontraremos a serviles representantes del coloniaje más actual, ese que a partir de 1898, con sus cañoneras y sus dólares, ocupó la isla de Cuba e inició la última y verdadera tiranía en el mundo. Aunque no sea necesario, siempre es bueno repetirlo, la referencia es para los Estados Unidos de América y su absurda pretensión imperial en tiempos de tantas liberaciones.

Así dijo otro de los grandes de aquellas tierras, Fidel Castro, en 1971:
“Todavía, con toda precisión, no tenemos siquiera un nombre, estamos prácticamente sin bautizar: que si latinoamericanos, que si iberoamericanos, que si indoamericanos. Para los imperialistas no somos más que pueblos despreciados y despreciables. Al menos lo éramos. Desde Girón empezaron a pensar un poco diferente. Desprecio racial. Ser criollo, ser mestizo, ser negro, ser, sencillamente, latinoamericano, es para ellos desprecio.”

Son exactas las palabras del líder cubano, pero como América Latina, la Agenda Latinoamericana y el propio proyecto de ida y vuelta son puntos de encuentro, lugares de reposo para el entendimiento, no demos mayor significado del que ya tienen las palabras del gran luchador y abramos, con toda la civilización que pretendemos descifrar, los brazos de bienvenida a todos los que se nos acerquen. Y esto, de ninguna manera, quiere decir que aceptamos ser los herederos completos de Ariel. No. Sólo estamos asimilando su cercanía muy, muy efectiva, y hasta seguramente su mayor rebelión en sus aproximaciones a Caliban. Es este el espíritu del más germinante de entre nosotros, José Martí, que pocos días antes de morir le escribe a su madre:

Montecristi, 25 de marzo de 1895.

Madre mía:

Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. Se duele, en la cólera de su amor del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Su
José Martí

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Ud. pudiera imaginarse.
No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.


http://fundaciovivint.blogspot.com/

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